Y él era diferente,
tenía esa sonrisa diferente
esa voz ronca y fuerte que tanto extrañaba escuchar
cuando se ocultaba o desaparecía por un par de días.
Daba esos abrazos perfectos, con esos brazos que
te hacían sentir protegida, a salvo, que mientras
te encontraras envuelta en el nada podía ocurrir,
no importaba nada, y el tiempo se detenía.
Había algo en el que no veía en nadie más
algo que en las noches me hacía recordarlo, algo
que me hacía pensarlo más de lo común.
Siempre fue mi gran incondicional, siempre iba a estar el ahí
cuando fuera, pasara lo que pasara, sabía que mientras
los demás estuvieran dormidos, el estaría despierto, alerta,
para mí, para sostenerme antes de caer.
Y tal vez fue eso lo que siempre me llamo la atención de él,
entre tantas cosas, aunque la noche fuera obscura, siempre
era el esa estrella que alumbraba mi camino, no siempre
podía observarlo, pero sabía que siempre estaría ahí.
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